Cultura

Un ensayo de Corinna Gepner entrelaza la traducción con su propia historia

"Traducir o perder pie" es un libro de cabecera, de oficio, para traductores, pero también para lectores y escritores de todo género.

Por Carla Duimovich

Sin duda, “Traducir o perder pie” (2022) es un gran libro, el primero como autora de Corinna Gepner. Ahonda en el arte de la traducción como parte de un tejido personal, vital, ancestral, que entrelaza la traducción literaria con su propia historia, la de su propio presente. Con simpleza poética, breve, apaña a las dificultades como parte del proceso de aceptación de la pérdida. El ensayo insiste tanto en la traducción como en la búsqueda misma de la identidad, de lo que se le dice la propia voz, de una subjetividad única y consciente al momento de acercamiento a la obra.

“¿Acaso podemos aprender a nadar sin querer renunciar a hacer pie?”, se pregunta Gepner en “Traducir o perder pie”, publicado en Argentina por EME, como parte de la colección Madriguera, en un edición bellísima con traducción de Elina Kohen. Un libro de cabecera, de oficio, para traductores, pero también para lectores y escritores de todo género.

Hay magia en lo que escribe Gepner, traductora de autores como Stefan Zweig, Klaus Mann, Erich Kästner, Michael Ende, Katharina Hagena, Vea Kaiser, Christian Kracht, entre otros.

Su vida como traductora la comparte con la docencia en la Escuela de Traducción Literaria de Asfored. Desde el 2016 hasta la llegada de la pandemia, fue presidenta de la Asociación de Traductores Literarios de Francia, año en el que ganó el Premio de Traducción Eugen Helmlé 2020. “Actualmente, integra el comité editorial de la colección Contrebande, en La Contre Allée, una de las editoriales francesas más interesantes del sector independiente”, figura en la página de autor de EME. Su primera traducción, como cuenta ella misma en su libro, fue sobre una obra de Kafka.

El libro está dedicado a sus abuelos y bisuabuelos, muy presentes a lo largo del ensayo, de quienes toma sus experiencias para encontrarlas y traducirlas a una historia más grande, familiar, colectiva. Consecuente a ello, sus páginas contienen fragmentos en alemán, en francés y (para nosotros) en español. “Trabajo en una arraigada incertidumbre”, escribe Gepner. Y dispara: ¿qué traduzco? ¿Por qué quiero traducir? Traduzco aquí, ahora, pero no traduzco solo el aquí y ahora. Traduzco también río arriba, dice. Corinna traduce la preguerra y la guerra; a Polonia, Francia y Berlín; a su abuelo materno, a su abuela materna, a la ausencia de los abuelos paternos, primero, y a su presencia, después. Una polifonía revuelta, un coro de acentos, aciertos, errores, violencias, vértigos, amores y, al fin, la distancia en relación al deseo del otro para traducir el propio.

“No estoy sola cuando traduzco. Traduzco a un otro, a otros, traduzco para otros. También traduzco, lo quiera o no, mi época, su historia lejana o inmediata, cierto estado de la lengua, un horizonte de lectura. Y con ello, me inscribo en mi mundo, en mi tiempo (…) vuelvo sobre el hecho de que es historia lo que traduzco, la de mi época, la de mi familia. Aquella anterioridad infunde mi lengua, le infunde afecto, afección, amor, nostalgia, tristeza, revuelta, quién sabe qué más”.

Frente a la pregunta “¿cuánto es aceptable perder cuando traducimos?”, no encontramos respuesta, no vemos a través del cristal, solo hay espejos. La autora narra su experiencia en relación con el momento del acercamiento a una obra y cómo elige la práctica de traducción sin haber tenido lectura previa del texto, sino acercándose al escritor desde la escritura misma, pensando mientras se hace: no tengo por maestro más que al propio texto. Es él el que me orienta, me desafía, me desorienta, me vuelve a encaminar, me engaña, me inspira. Es una cuestión de confianza. Confianza en sí y en el otro, en lo que resultará del encuentro.

Entregarse, que no es en absoluto una actitud pasiva. Eso sí, con decenas de diccionarios que utiliza como si fueran muletas, aclara. Es un oficio que propone reflexión, constante reaprendizaje, interrogación del deseo, deconstrucción, asimilación y, finalmente, creencia. Gepner dice que a veces la traducción funciona como canalizador de la angustia frente a la paradoja, frente a nuestras obsesiones, a nuestras pesadillas, traducir como si no supiéramos qué sigue, dice.

Este es un libro que aborda con inmensa sensibilidad un oficio invisibilizado a lo largo de la historia, que merece el lugar que le corresponde. Una obra bellísimamente traducida al español por Elina Kohen, que al leerla se siente asertiva, audaz, sólida, con un refinamiento por la lengua que le aporta a la obra de Gepner una versión a la altura.

(*) En relación a la historia de la traducción latinoamericana, recomiendo la edición de Revista Sur (pionera en este y tantos otros aspectos) en su número 338 -339 titulado “Problemas de la traducción”, dirigida por Victoria Ocampo, gran traductora argentina.

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